Dom, 12/06/2020 - 09:11

Volver

Volver a escribir como quien regresa a casa después de mucho tiempo, con el monte pegado a las botas y el cuerpo lleno de rasguños de abrirse paso entre la maleza. Un poco de eso. Así se siente.

Volver maltrecho para abrir las ventanas, sacudir el polvo, quitar las telarañas y las sábanas sobre los muebles y buscar la imagen de la casa en la memoria, como un rompecabezas. Mover las sillas, las mesas, limpiar los floreros, mirarse en los espejos, limpiarlos, andar otra vez los pasos andados tantas veces, tocar las paredes, resanar los huecos de los clavos que ya no están, enderezar los cuadros, desenrollar los tapetes. Volver a la estufa, preparar café otra vez. Recordar los sonidos. Buscar las fotografías guardadas, repasar los recuerdos. Abrir los cuadernos viejos y releerse. Volver para saber que nada ha cambiado, que están las mismas sombras, las mismas cosas, los mismos destellos del sol en los vidrios, los mismos sonidos, las mismas tabletas rotas, los mismos rostros en las fotografías. Las mismas palabras en los cuadernos y los papelitos, claro: son pacientes, esperan silenciosas, sin afanes, y tienen guardadas las angustias, los dolores, las derrotas, los afectos, las alegrías y, en fin, las luchas.

Un poco de eso se trata. De que una palabra unida a otra y a otra hacen un párrafo, y muchos párrafos harán una página y luego otra y otra, y no sé cuántas páginas harán un capítulo que será otro y otro más hasta que cada palabra se vuelve novela, por ejemplo. Pero las palabras inconclusas son también habitaciones a medio hacer. Los capítulos sin terminar son ventanas llenas de polvo. Los poemas incompletos son paredes llenas de huecos. Y volver a leerse es confrontarse, saber en qué casa habitábamos antes, pero es sobre todo volver a escribir.

A veces busco mis palabras y quiero condenarlas a muerte: quemarlas todas, olvidarlas para siempre. Otras veces quiero salvarlas, buscarles un nuevo lugar, como si abriera la ventana para que dijeran lo que quieren decir, lo que quiero decir con ellas. Un poco de eso. Jugar a que cada palabra que se suma a otra sea un ladrillo y luego un muro y luego un cuarto de la casa, porque en últimas una obra es en parte eso: una casa, un hogar si se quiere.

Volver con la frente marchita, como dice el tango de Gardel, y tener miedo de las grietas. Escribir de nuevo es creer otra vez en las causas, creer que un par de palabras no pueden cambiar el mundo pero pueden salvar una vida o un día al menos. Volver a la casa, a lo escrito, sabiendo que caminar, alejarse, irse al monte o a otras casas, es también una forma de escribir.

Porque lo escrito es hogar y después de andar por fuera queda el retorno y, si veinte años no es nada, como dice aquel tango, caminar unos meses lejos de casa tampoco lo puede ser.

      

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