He alquilado mi tiempo a las causas de otros, he firmado contratos que dicen que debo hablar por otros, decir lo que otros quieran que diga, usar máscaras y con ellas, retóricas oficiales llenas de lugares comunes para convencer a los que estaban escuchando que sin ellos, los que están a cargo, todo se iría al carajo. Me he alquilado para pagar cuentas de cosas que no necesito y, en ese alquiler, he llevado máscaras, otras máscaras, que me permitieron estar en lugares en los que no quería estar y quedarme callado y sonriendo todas esas veces que sentí que debía hablar. Y allí había otros conmigo, viviendo vidas de alquiler, llamando familia a personas que no eran más que compañeros ocasionales, porque todos habían firmado un contrato para repetir tres o cuatro frases que bien leídas no tenían mayor sentido, y con ese contrato, habían suscrito otro intrínseco en el que conceptos como “ponerse la camiseta” servían para traspasar cada vez más los límites que separaban a los individuos reales de los individuos de alquiler, obligados a actuar mecánicamente y a producir a cambio de tres pesos.
Así que si escribo, lo hago para no claudicar, aunque esos contratos de alquiler cada vez me hayan dejado menos tiempo para una obra y me hayan hecho cuestionar tantas veces sobre la posibilidad de llevarla a cabo. Si escribo es para saber que no me he alquilado completamente, para dejarlo por sentado, para saber que mis palabras aún pueden ser piedras para lanzarle a los poderosos y para saber también que terreno adentro, no hay un solo centímetro que pueda parcelarse, alquilarse, permutarse o venderse, porque terreno adentro habita mi obra y en ella, a su vez, estoy yo, sin más pretensiones que seguir escribiendo. Si escribo es para vengarme de quienes nos obligan a alquilarnos para repetir sus mentiras y sobre todo, de esos que están allá, sentados en mansiones oscuras, que nos obligan a vivir bajo sus reglas, según sus parámetros y sus mediciones. Escribo para alejarme de los “deber ser” y sus determinadores y para burlarme del “yo produzco”, porque en realidad, lo que me ha importado siempre más que producir es crear: porque se produce para consumir, para aumentar las ganancias y los ceros en las cuentas de dos o tres señores, pero se crea para perturbar y, con esa perturbación, transformar, echar por el piso y volver a jugar.
Escribo porque quiero volver mi obra una revuelta que le siga lanzando piedras a la manera impuesta de vivir, de habitar el mundo, de amar, de vestirse, de pensar, de actuar, de escribir, de hacer música, de hablar y de morir.
Si escribo, es para que un día pueda rescindir todos mis contratos de alquiler.
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