Dom, 04/01/2018 - 08:19

Necedad

Yo supongo que la resignación es más nuestra que la esperanza, que el desencanto se nos fue metiendo con cada cigarrillo, con cada café, con cada cerveza que tomamos mientras hablábamos de cambiar el mundo, de quebrantar los límites de lo impuesto porque lo impuesto eran cárceles y eran violencias repetidas y naturalizadas una y mil veces y así hasta la saciedad. Yo supongo que la desesperanza es como las gotas en el vidrio de esas cervezas que se iban condensando hasta empapar la botella y que las utopías se nos fueron desdibujando como se borran las huellas circulares de esas botellas sobre la mesa.

Supongo, pero quizás me equivoque, porque todo lo que supongo suele estar equivocado, que la desesperanza se hizo nuestra con cada noticia que decía que los inquisidores de siempre eran recibidos con aplausos y ovaciones a donde quiera que iban y con cada utopía que era aplastada por la indiferencia. Yo supongo, pero espero equivocarme, que el desengaño es lo único que nos mueve, que la derrota es nuestra última trinchera para resistir y que esa trinchera está, precisamente, en esos cafés, en esas cervezas, en esos libros, en esas canciones. 

Supongo que lo nuestro es la grandeza de la derrota, "la dignidad de la derrota", como dijo un escritor alguna vez; que lo nuestro son las utopías en ataùdes, las utopías baleadas, pisoteadas, vilipendiadas, olvidadas. Y supongo que lo nuestro es la lucha, a pesar de la derrota y de todo lo demás: supongo que seguimos siendo "los nietos de los obreros que nunca pudieron matar".

Supongo que lo nuestro sigue siendo jugar a lo perdido, como cantó Silvio Rodríguez, que lo nuestro es "acaso multiplicar panes y peces" y "vivir sin tener precio". Yo supongo que lo nuestro es eso: la necedad... "La necedad de lo que hoy resulta necio".

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