Supongo, pero quizás me equivoque, porque todo lo que supongo suele estar equivocado, que la desesperanza se hizo nuestra con cada noticia que decía que los inquisidores de siempre eran recibidos con aplausos y ovaciones a donde quiera que iban y con cada utopía que era aplastada por la indiferencia. Yo supongo, pero espero equivocarme, que el desengaño es lo único que nos mueve, que la derrota es nuestra última trinchera para resistir y que esa trinchera está, precisamente, en esos cafés, en esas cervezas, en esos libros, en esas canciones.
Supongo que lo nuestro es la grandeza de la derrota, "la dignidad de la derrota", como dijo un escritor alguna vez; que lo nuestro son las utopías en ataùdes, las utopías baleadas, pisoteadas, vilipendiadas, olvidadas. Y supongo que lo nuestro es la lucha, a pesar de la derrota y de todo lo demás: supongo que seguimos siendo "los nietos de los obreros que nunca pudieron matar".
Supongo que lo nuestro sigue siendo jugar a lo perdido, como cantó Silvio Rodríguez, que lo nuestro es "acaso multiplicar panes y peces" y "vivir sin tener precio". Yo supongo que lo nuestro es eso: la necedad... "La necedad de lo que hoy resulta necio".
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