Aquí donde vivo, el virus se demoró en llegar, la gente creía que como vivimos eternamente en verano el calor lo derretiría, no nos tocaría, tan sería así que salían a rumbear, a tomar cerveza, a comprar lo que no necesitaban. Pero las ofertas sin Iva enloquecieron a la gente y salieron a la calle como presa al matadero, salieron a pagar para ser contaminados.
Estoy en Cúcuta, plena frontera hirviente con la agónica Venezuela. Pasa una sirena, interrumpiendo la noche quieta, me asomo a la ventana, veo al frente de mi edificio que están de fiesta, estamos en toque de queda y ley seca desde las 6 seis de la tarde, pero el vecino tiene rumba y música que se escucha con el eco, como un alarido, a ellos no les va a pasar nada, siguen gozándose la noche, imagino que lo único que se llevarán a la tumba, sí dejan, son las flores que venden, la fiesta es en una floristería, creo que las flores ya se marchitaron, debe oler a muerto.
Tengo dolor de cabeza, ya me tomé un naproxeno, desecho los pensamientos, pongo música de ángeles para subir la vibración del ambiente, me relajo, suspiro, pienso qué me va a pasar.
Me cuido, no dejo entrar a nadie, a los vecinos los recibo en la puerta, afronté un problema en la tubería de agua y tuvieron que entrar a mirar dónde era la fuga. Entraron con zapatos, no veía la hora en que se fueran, sentía al virus quedarse en mi piso, me olvidé decirles que se los quitaran, pero sí estoy paranoica. Inmediatamente salieron tome el trapero, con jabón, cloro a desinfectar todo. Estoy aterrada, pues a principio de año tuve un episodio gripal muy fuerte, con fiebre, tos y no podía respirar y al escuchar las noticas de los efectos del virus, pienso como me sentiría de nuevo, ahora sería peor, y por eso me cuido, no me quiero morir todavía. Horas y horas de escuchar al presidente, a los periodistas sensacionalistas, a cuantos médicos y no médicos que dicen ser especialistas en el tema, a cuanto vecino que asegura tener la cura, y estamos en zona de charlatanes. Todo este revoltijo se me mezcla en la cabeza, a toda hora, y más en soledad y con insomnio.
A esta hora, comienza el amanecer, las ventanas de los cuartos y del salón donde duermo las cierro, para que no me invadan los zancudos y algún otro animal nocturno como los murciélagos. Todavía tengo el recuerdo de cómo se entraban por las rendijas del baño y por los ductos de ventilación, mi piso es el último, y cuando me levantaba a las tres de la mañana al baño no encendía la luz. Un día al abrir la llave para lavarme las manos, sentí algo que aleteó sobre mí, y sorpresa, era uno de esos desagradables y feos animalitos, no son parientes míos, y menos en estos días que aún no sabemos si a través de ellos es que nos trajeron el virus. Aún siento su aleteo, posarse en mi frente, su chillido en medio de la oscuridad, y se me elevan nuevamente las pulsaciones, me invade el erizamiento. Si tuviera alguna compañía, algún humano, alguien con quien compartir el horror de ese largo amanecer.
Llevo días tratando de contar lo que estoy viviendo, son muchas las horas en silencio, de día escucho música, hago las labores de casa, me preparo todo mi alimento, vivo lavándome las manos, rociando alcohol, trapeando con jabón, cloro, me falta el amonio (no sé qué es, pero está de moda). En esta especie de diaria sanación, aprendí que a las hormigas no les gusta la sal ni el bicarbonato, con eso las corrí, pero no he podido prohibirle a las cucarachas que no entren, esas se cuelan por las ventanas de la cocina que son las que dejo abiertas siempre, las he encontrado flotando muertas en el lavadero, quien las manda a meterse en mi casa. Otra compañía indeseable…
El naproxeno hizo su efecto, me quitó el dolor de cabeza, ya me dio sueño, me voy a dormir dándole gracias a Dios por la vida, oro por mi hijo que está de turno en el hospital, con los de Covid19, oro por él, por sus compañeros, todo el personal hospitalario, que a esta hora mientras tú y yo estamos en casa, protegidos, sanos, ellos están entregando sus vidas para cuidar y salvar a los enfermos que ya, en la ciudad son muchos.
A ver si puedo dormir, ya está amaneciendo, uno que otro inmigrante alcanzo a ver en los andenes, también tratando de dormir, cubiertos a medias con diarios, gordos de noticias sobre la PANDEMIA, PANDEMIA carcelera… Me asomo a la ventana, silencio, las calles solas, solo las luces guardianas de la noche velan, muchos duermen, otros siguen de rumba, otros mueren.
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